Retomo un viejo borrador para un artículo, en este caso, sobre los tópicos españoles. «Que inventen ellos», le atribuyen a Unamuno, y parece que en verdad lo dijo, aunque con una referencia a que el ser nacional hispánico distaba mucho de la concepción decimonónica positivista de otros países europeos.
Sin ánimo de ser exhaustivo, ni mucho menos, podemos ver que España es, desde hace mucho tiempo, una escondida referencia para los inventos y demás maestrías ingenieriles.
Si el italiano Juanelo Turriano ya creó un artificio para surtir de agua a la ciudad de Toledo, como incluso hizo incidental mención de ello Garcilaso en un verso de su poesía, los españoles autóctonos encontraron un importante campo en los ingenios hidráulicos, como Jerónimo de Ayanz y Beaumont, al hallar la solución a los problemas de inundación y ventilación en las minas del siglo XVI.
También es conocida la afición de San Juan de Ávila a componer sistemas de riego que maximizasen el beneficio, y sin salirnos de los santos, San Antonio María Claret, mucho más tarde, perfeccionó máquinas textiles y disfrutaba haciendo volar pequeños globos dirigibles de su invención.
Lo de volar, a los españoles también atrajo desde antaño. Mucho antes de Ramón Franco, Barberán, Collar… Diego Marín y Aguilera, construyó un aparato que le permitió planear desde la torre del castillo roquero de Coruña del Conde hasta unos centenares de metros tras la rotura de uno de los pernos de su prototipo, a fines del siglo XVIII.
La navegación submarina halló a Monturiol y Peral como dos genios incomprendidos de la navegación submarina en la España de la segunda mitad del siglo XIX.
Julio Cervera Baviera, inventó un telemando de equipos y sistemas mientras colaboraba con el insigne Marconi, y recientes investigaciones le atribuyen la invención de la radio.
Fernández Villaamil promovió la mejora de la marina nacional con la creación del destructor, que fue postergado en España, como valorado en la Gran Bretaña previa al «two standard power«. No fue el único español cuya pericia ayudó a marinas extranjeras, Jorge Ferragut y Mesquida es el artífice y primer almirante de la Armada de los Estados Unidos de América; en España es apenas un desconocido.
Leopoldo Torres Quevedo, es el culmen del genio inventor nacional. Suyos fueron los diseños del telekino, máquina para la navegación mediante radiocontrol por ondas hertzianas, de igual manera que los autómatas que jugaban al ajedrez y se negaban a continuar la partida al tercer error de su oponente humano. Cuando los aficionados a este juego nos hablan de la máquina «Deep blue sea» y de la colaboración del maestro español Alejandro Illescas en su desarrollo, no podemos por menos que unir estos nombres al del insigne ingeniero montañés, que también ideara transbordadores y funiculares en Suiza, España y Estados Unidos (Cataratas del Niágara).
Eugenio Cuadrado perfeccionó la máquina electrostática de Wimshurst, que desde entonces lleva el nombre de los dos sabios al alimón. Su invento maravilló en una exposición universal en París, y produjo el asombro de dotar de luz eléctrica a las farolas de una decimonónica Zamora que se iluminaba hasta entonces con gas.
Juan de la Cierva y Codorniú, a su vez creó el autogiro, maravillando al mundo con este genial antecedente del helicóptero. Si bien sólo Gran Bretaña se interesó por su ingenio, quiso que la sociedad limitada que explotara aquel fuera española.
Son muchos más, como el ingeniero Alejandro Goicoechea, autor del célebre TALGO (Tren Articulado Goicoechea Oriol), los oftalmólogos Barraquer, pioneros en transplantes de córnea y todo tipo de técnicas para devolver la vista a los ojos enfermos. Un vástago de esta estirpe creó un quirófano de metacrilato para que los alumnos puedan observar las intervenciones. Alberto Vázquez Figueroa, el escritor aventurero, que también ha patentado soluciones a los problemas de potabilización del agua y su distribución a poblaciones.
Y tantos y tantos más, la mayoría desconocidos. Que inventen ellos… ya lo creo que inventaron.